miércoles, 19 de noviembre de 2008

Ansiedad...

Llevo unos días bajo presión en el trabajo. Decidí tratar con el asunto. He leído el libro Por fin es lunes, de Mark Greene (Andamio, 2008) y he empezado el capítulo '¿Porqué os preocupáis?' del libro Vivir en Libertad, de Eleonore van Haaften (Andamio, 2007). Vale: material para pensar sobre el tema.
Una de las citas que aparecen el el libro Vivir en Libertad es 1a de Pedro 5:7. Allá voy:
'Echando toda vuestra solicitud sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros'.
'Echando' es gerundio, indica simultaneidad con otra acción... pero, ¿cuál? Leo el versículo anterior: 'Humillaos pues bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce cuando fuere tiempo; echando toda vuestra solicitud sobre él, porqué él tiene cuidado de vosotros'
Evidentemente, no puedo dejar de leer los siguientes, hasta el punto: 'Sed templados y velad; porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quién devore: al cual resistid firmes en la fe, sabiendo qe las mismas aflicciones han de ser cumplidas en la compañía de vuestros hermanos que están en el mundo'.
Así pues, en momentos de dificultad y presión, la Palabra nos da unas pautas para actuar:
Humillarme delante de Dios, esperando que Él obre en mi vida --> Mientras, echo mi ansiedad sobre él, segura de que es quién cuida de mi. --> Pero no me quedo parada, sino que me ejercito en la templanza y estoy alerta, porque tengo un enemigo que quiere hacerme caer. --> Frente a la tentación, en los momentos de duda, resisto, firme en la fe de Jesucristo, con la seguridad de que no estoy sola, que lo que pueda sufrir lo comparto con el resto de la Iglesia que está en el mundo.
Dios nos nos pide que nos quedemos parados, no quiere autómatas religiosos que cumplan con los ritos de 'buena suerte', sino que nos enseña pautas de pensamiento, de acción, para que podamos seguir avanzando en nuestra madurez interior como cristianos.
Estoy contenta de conocer a este Dios tan personal, que nos enseña a crecer como personas, y, en este camino, nos permite gozar de la felicidad.

ánimo!

febe*

domingo, 9 de noviembre de 2008

... yo, me lavo las manos

Estoy en Levítico, me está costando, pero llevo ya varios dias con un pensamiento y un versiculo que me martillea la conciencia:

"Si alguno pecare por haber sido llamado a testificar, y fuere testigo que vio, o supo, y no lo denunciare, él llevará su pecado." Lev. 5:1

En seguida pensé en Pilato lavándose las manos y diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo. (Mt. 27). Pues no, Pilato, no eres inocente, porque sabiendo la verdad, te callaste, porque podías haber testificado y haber denunciado, pero te pudo el juego de poder y control sobre Judea que te estabas jugando en ese momento.

Hay muchísimos versiculos que nos instan a ser sinceros, a hablar verdad desde: Y la verdad os hará libres, a hablad verdad cada uno con su prójimo, vuestro sí sea sí y vuestro no no, no mentirás, no dirás falso testimonio, si sabes que tu hermano tiene algo contra ti, reconciliate con tu hermano, juzgad según la verdad...

Es que Dios no nos da la opción ante una injusticia de mirar hacia otro lado. Y si lo hacemos estamos pecando. Bueno, pensamos, no afecta directamente, para qué meterme, allá se apañe, haré como que no he visto nada. Pero ¿qué dice Dios? Si fueres testigo que viste, o supistes, y no lo denunciares, tú llevarás tu pecado.

Y me ha puesto el dedo en la llaga porque muchas veces vemos cosas, y las dejamos pasar, consentimos, miramos hacia otro lado, y nos lavamos las manos como Pilato, sin embargo hemos sido testigos de una injusticia, de un acto malo, y nos callamos. Y no puedo quitarme el vesículo de la cabeza, y oro que no se vaya de mi forma de vivir tampoco.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Un ejemplo

He estado leyendo dos libros que me han ayudado mucho: el primero, Usted es algo especial, de Bruce Narramore (Clie, 1980 -- está descatalogado y agotadísimo), y el segundo, que todavía estoy leyendo, Vivir en libertad, de Eleonore van Haaften (Andamio, 2007). Fué leyendo el segundo que me hizo pensar en el tema del post anterior: cómo las palabras justas de Dios nos hacen libres, porque nos muestran la verdad. Pero algunas ideas que me habían estado rondando a partir de la lectura del otro, acabaron de cerrar el lazo... a ver si logro explicarme...

Dios, en Su Palabra, trata con nosotros con total franqueza, sin tapujos, pero con misericordia. Él nos señala nuestra condición, y nos desvela cuál es nuestra verdadera identidad.
He descubierto que NO SOY mi pecado, aunque la práctica del pecado puede nublar mi identidad, identificándome con él. Soy, en primer lugar, una criatura de Dios que, aunque marcada por el pecado, aún conserva características de Su creación perfecta. Como hija adoptiva de Dios por medio de Jesucristo, además, estoy capacitada para llevar una vida abundante llena de frutos espirituales. Dios no me pone etiquetas que me definen en pocas palabras, Él ve todo el conjunto, lo bueno y lo malo, pero quiere lo mejor.
Descubrir esta verdad a través de Su Palabra me ha liberado de pensamientos autodestructivos y barreras de prejuicios hacia mi Dios. A la vez, me ha ayudado a ver a los demás de otra manera: tratando de no conformarme en ponerles etiquetas que reducen su identidad, sino procurando ver todas las facetas de su persona.
A una persona que roba, por ejemplo, le diremos 'ladrón'. Ha practicado el hurto, pero eso no le define como persona, le empaña su verdadera identidad, pero es muchas otras cosas.
Con esto no trato de justificar nuestras acciones, si pecamos, pecamos; pero Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, se entregó a sí mismo para que nosotros tuviéramos esperanza, para que el 'ladrón' (o el adúltero, o el mentiroso...), pudiera desarrollar todas las potencialidades que, como criatura de Dios e incluso -como es el deseo del Padre que todos procedan al arrepentimiento-, como hijo de Dios tiene a su disposición.
Gracias a Dios que Él no me deja puesta la etiqueta, me señala el pecado, pero una vez perdonada, olvida.
¡Tenemos mucho que aprender de la gracia de Dios!
Que Él nos (me) ayude.

febe