viernes, 22 de enero de 2010

La abrumadora sensación de vulnerabilidad del ser

Ha sido tema recurrente en los últimos días, con diferentes personas, en diferentes contextos... esa sensación de estar flotando en el abismo, sin caer, pero sin tocar tierra firme...
En algún momento, sin estar preparado para ello, notas, de golpe, la fragilidad de tu corazón, de tus pensamientos, de tus sentimientos... Entonces, todas las fortalezas conseguidas con gran esfuerzo parecen desmoronarse como castillos de arena a la orilla del mar cuando sube la marea: poco a poco, pero totalmente... el castillo pierde su forma, su entereza, y entra en escena la locura. Sí, locura, porque en esos momentos, vienen a tu mente todas las locuras que, en tu sano juicio y con la mente fría, no dejarías que se instalasen en ella... Y entonces, te da la sensación de que, aunque sigues flotando, lo haces en irremediable caída...
De golpe, en tus pensamientos te sientes capaz de cualquier cosa, juegas con la infidelidad (a ti mismo, a tus convicciones, a tus decisiones, pero, sobretodo, y en última instancia, a Dios) y la acaricias como si no fuera tóxica, y entonces, te sientes aún más vulnerable... y es que, en realidad, lo eres.
Es en momentos así en que tenemos que correr a refugiarnos a la roca que es más alta que nosotros, a aquél que puede guardar nuestra alma y nuestra mente en completa paz. Y cuando digo correr, me refiero a eso mismo, huir de nuestra locura y ponernos al amparo del Señor, el único que sabe, comprende y entiende lo que pasa en nuestro corazón, el único al que podemos llevar nuestras locuras, porque él las conoce más que nosotros, y pedirle auxilio.
Si no fuera así, nuestra fragilidad sería dueña de nuestra vida, de nuestra mente, y estaríamos a expensas de sus locuras.

'Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado' (Isaías 26:3)

Que Él nos ayude. ¡Ánimo!

febe*

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